Estupidemia.
Neologismo creado por Josefina Barrón y que está en la página 54 de su libro Malabares en Taco Aguja, publicado en el 2009.
La estupidemia es una epidemia de estupidez que afecta a un número importante de mujeres, al sesenta y aun al setenta por ciento de ellas.
Y lo peor es que sigue aumentando y por consiguiente ya no sería propio hablar de una epidemia de estupidez, sino de una pandemia, es decir, de una enfermedad epidémica que se extiende incontenible por regiones, países y continentes, lo cual es muy preocupante habida cuenta de que la estupidez, como decía Jean-Paul Sartre, es opresiva y es la mejor arma que tiene el Sistema para mantener sojuzgada a la gente y para que ésta no piense.
–Cuarenta y dos años–
“A veces –dice Josefina Barrón– se sienten como ochenta y cuatro. Nunca más parecen veintiuno. Los años pasan, pesan y pisan duro.” (J. B., Yo no soy tú, 11.)
Esta cita me recordó inmediatamente lo que dice la ensayista ítalo-norteamericana, Camille Paglia, en su libro Sex and American Culture. Dice que la verdadera opresora de la mujer no es la sociedad sino la naturaleza, la realidad biológica, no el sistema patriarcal ni el machismo. Por eso la cuarentona que se considera la divina pomada está siempre en riesgo de que los hombres la reemplacen por dos chicas de veinte.
–Amor y compasión–
El poeta alemán Heinrich Heine dice en sus Cuadernos de Viaje lo siguiente:
“Para ser amado de todo corazón, hay que sufrir. La compasión es la última consagración del amor y acaso el amor mismo. Por eso, de cuantos dioses han existido, Cristo es el que ha sido más amado, especialmente por las mujeres.”
Si el amor, como suponía Heine, equivaliese a la compasión, si llegara a identificarse o unimismarse con ella, entonces no podría ser fuente de alegría ni origen de contentamiento, porque la compasión es el sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene por los que sufren penalidades o desgracias. Sin embargo, enternecerse y sentir compasión por los males de alguien es manifestación amorosa, o mejor aún, dileccional. Profesar dilección a alguien implica, entre otras cosas, sentir compasión por los males que le ocurran a la persona dilecta. No creo, pues, que el amor equivalga a la compasión, pero la compasión lo potencia, o mejor dicho, potencia la dilección.
–¿Vargasllosiano?–
Eso de la verdad de las mentiras no es vargasllosiano sino cervantino. En efecto, en el capítulo 47 de la primera parte del Quijote se lee que “la mentira es mejor cuanto más parece ser verdadera”.
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